Considere otra manera como se engaña a la
gente en cuanto a adoración. El apóstol Juan escribió: “Hijitos, guárdense de
los ídolos”. (1 Juan 5:21.) Unos mil millones de personas son miembros de
la cristiandad, y puede que digan que adoran al mismo Dios a quien adoró Juan.
Con todo, centenares de millones de esas personas se inclinan ante imágenes de
“santos”, de Jesús y de la virgen María.
La idolatría se presenta en otras formas
sutiles. En 44 E.C. el rey Herodes Agripa pronunció un discurso
público, y la gente se entusiasmó tanto que gritó: “¡Voz de un dios, y no de un
hombre!”. (Hechos 12:21, 22.) Sí, idolatraron a Herodes y lo hicieron un
dios. Cosas similares suceden hoy día. En los días violentos en que el nazismo
ascendía al poder en Europa, el clamor “¡Heil Hitler!” era en realidad un grito
de adoración. Muchos estuvieron dispuestos a pelear y morir por el Führer
como si él fuera un dios, el salvador de la nación. Sin embargo, ¡la mayoría de
los que rendían aquel homenaje eran miembros de las iglesias de la cristiandad!
Antes y después de los días de Hitler ha
habido otros líderes políticos que también se han proclamado salvadores y han
exigido devoción exclusiva. Los que sucumbieron convirtieron a aquellos hombres
en dioses, prescindiendo de la religión formal a que pertenecieran como
“adoradores” o de que afirmaran ser ateos. El homenaje que los fanáticos dan a
estrellas de los deportes y del cine y a otros artistas también se asemeja a
adoración.
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