domingo, 22 de marzo de 2015

Efectos de las telenovelas en nuestras vidas


Una mujer confesó: “He sido adicta a las telenovelas durante trece años. Creía que, con asistir a las reuniones y predicar de vez en cuando, mi espiritualidad no se vería afectada. Pero no fue así. Acabé adoptando la actitud mundana típica de las telenovelas: si tu esposo te trata mal o no te hace sentir querida, el adulterio está justificado; la culpa es de él. Creyendo que estaba ‘justificada’, finalmente cometí adulterio y así pequé contra Jehová y contra mi cónyuge”. Esta mujer fue expulsada de la congregación, pero con el tiempo recapacitó, se arrepintió y fue readmitida. Aquellos artículos que prevenían contra las telenovelas le dieron fuerzas para evitar la clase de entretenimiento que Jehová odia (Amós 5:14, 15).
Otra carta decía: “Lloré al leer los artículos, porque me di cuenta de que mi corazón ya no le pertenecía por completo a Jehová. Así que le prometí en oración que me libraría de la adicción a estas series”. Después de agradecer los artículos, una cristiana que reconoció ser adicta a las telenovelas dijo: “Me pregunté [...] si podrían estar afectando mi relación con Jehová. ¿Cómo podía ser amiga de ‘ellos’ [los personajes de las series] y al mismo tiempo ser amiga de Jehová?”. Si hace casi veinticinco años ese tipo de programas de televisión ya corrompían el corazón de las personas, ¿qué efecto tendrán ahora? (2 Timoteo 3:13.) No subestimemos, por tanto, la trampa satánica del entretenimiento dañino en cualquiera de sus variantes, ya sea en forma de telenovelas, videojuegos violentos o videos musicales inmorales.

Una hermana precursora confesó que era adicta a las telenovelas, pues las veía desde las 11.00 de la mañana hasta las 3.30 de la tarde cada día. Cuando, por un discurso de una asamblea de distrito, aprendió lo dañinos que son estos programas inmorales, oró a Dios sobre este asunto. Pero le tomó bastante tiempo vencer este hábito. ¿Por qué? Porque, como dijo: ‘Oraba para vencer el hábito y después, de todas maneras, veía los programas. De modo que decidí quedarme en el servicio del campo todo el día para no tener la tentación. Por fin llegué al punto de poder apagar la TV por la mañana y mantenerla apagada todo el día’. Sí, además de orar para vencer su debilidad, tuvo que trabajar en vencerla.
Hace aproximadamente veinticinco años, La Atalaya dio una amorosa advertencia sobre las series de televisión. Hablando del sutil efecto que pueden tener las populares telenovelas, la revista mencionaba: “Se emplea la búsqueda del amor para justificar cualquier tipo de conducta. Por ejemplo, cierta joven soltera que está embarazada dice a una amiga: ‘Pero yo amo a Víctor. No me importa. [...] ¡El llevar dentro de mí su hijo compensa todo lo que yo tenga que hacer!’. La suave música de fondo dificulta el calificar de incorrecto el derrotero de ella. A la telespectadora también le agrada Víctor. Siente compasión por la muchacha. ‘La comprende.’ ‘Es asombrosa la manera como una razona’, declaró una telespectadora que más tarde recobró el juicio. ‘Sabemos que la inmoralidad es incorrecta. [...] Pero me di cuenta de que mentalmente estaba participando en ello’”.
 Desde que se publicaron esos artículos, este tipo de programas degradantes se han vuelto cada vez más comunes. De hecho, en muchos lugares se emiten las veinticuatro horas del día. Y tanto hombres como mujeres, e incluso muchos adolescentes, alimentan de forma regular su mente y corazón con estas series. Sin embargo, los cristianos no deberíamos engañarnos. Sería un grave error razonar que no está mal ver esos programas porque, al fin y al cabo, en la vida real se ven cosas mucho peores. En cualquier caso, ¿qué justificación puede tener un cristiano para elegir entretenerse con personas a las que jamás se le ocurriría invitar a su casa?



No hay comentarios.:

Publicar un comentario