lunes, 30 de marzo de 2015

La opulencia de Armstrong


Cuando unos miembros disconformes de la Iglesia Mundial de Dios acusaron a Herbert W. Armstrong de mal manejo de los fondos de su iglesia, el Tribunal Superior de California puso temporalmente en administración judicial las finanzas de aquella iglesia. Las quejas enfocaban en las enormes cantidades de dinero que se gastaban en agasajar a prominentes políticos mundanos y el lujoso estilo de vida y los enormes salarios de oficiales principales de la iglesia.
El segundo a Armstrong en su organización, Stanley R. Rader, defendió del siguiente modo el dinero que se gastaba en el alquiler de aviones de reacción, hoteles, restaurantes y regalos muy caros para los dignatarios extranjeros: “Teníamos la comisión de esparcir el evangelio.” Y el abogado de Rader, Allan Browne, admite que al “proclamar la palabra de Jesús,” los oficiales de la iglesia gastan “enormes cantidades de dinero.” ¿Por qué? “Cuando uno visita a los primeros ministros y otros líderes mundiales, uno les lleva algo, y eso quizás sea de [la casa de vestir elegante] de Gucci.” “En el hogar de Stan Rader se alojan personas importantes. No se les lleva a [un lugar de comidas rápidas] McDonalds. Se les lleva a [un restaurante de lujo] Perino.”
Para aclarar los asuntos, es interesante notar la verdadera comisión evangélica que Jesús dio a sus discípulos. En agudo contraste con la opulencia que se refleja en lo que ya se ha mencionado, Jesús indicó que ellos necesitarían solamente fondos muy limitados: “No consigan oro, ni plata, ni cobre para sus bolsas al cinto.” ¿Se suponía que agasajaran a políticos mundanos con comidas y regalos lujosos? Ciertamente Jesús dijo que ‘los llevarían ante gobernadores y reyes por causa de él,’ pero esto no sería para agasajar a estos gobernantes. Más bien, era para que respondieran a las acusaciones que se levantarían contra ellos como ‘objeto de odio de toda la gente’ debido a su predicación. El registro de Jesús mismo y de los primeros cristianos prueba que esto sucedió.—Mat. 10:9, 10, 18, 22.

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